Hoy es viernes, día semanal de la
alegría en occidente, y va y se me ocurre proponeros una práctica
para conocer mejor nuestra tristeza. Diréis que me gusta ir contra
corriente...
Y un poco sí, pero como dijo el alcalde de
“Bienvenido Mr Marshall”,
Cómo psicóloga que soy, os debo una
explicación, y esa explicación que os debo os la voy a dar.
Los fines de semana nuestra rutina de trabajo, o estudio, o búsqueda de trabajo, se reduce
mucho. Es en ese espacio de tiempo libre que aparece nuestra
tristeza, si es que hay motivo para que esté.
Puede ocurrir que durante la semana
laborable no hayamos reparado en ella. Como sucede en la peli animada
“Del revés”, a nuestra
tristeza no le solemos hacer mucho
caso.
Le tenemos miedo, porque la confundimos
con otro fenómeno, con la Depresión. Y también, sencillamente no
le hacemos caso a la tristeza porque nos han enseñado que llorar o
estar triste no está bien. No hemos aprendido a convivir con nuestras
emociones desagradables, entre ellas la tristeza.
“Estar triste es
de flojos”, “Incomodas a los demás con tu cara larga”. Unida a
esta corriente anti-tristeza va la tendencia a sobrevalorar la
alegría: “Nada de quejas ni lamentos, sonríe y la vida te
devolverá esa sonrisa en forma de inesperados milagros”
Eso, o algo parecido dicen muchos
cartelitos circulando por la red. ¡La alegría es lo mejor, la alegría
es el remedio a los males! Y eso no ayuda a que aprendamos a
contactar con una de nuestras emociones básicas, la señora
Tristeza.Porque cada emoción tiene su para qué.
Hoy: Un voto a favor de Tristeza.
La tristeza es una emoción básica. Nacemos con ella, con la capacidad de ponernos tristes.
Las emociones básicas son una especie
de “Pack de serie” con el que nacemos, y que garantiza nuestra
capacidad de reaccionar ante el ambiente para mantenernos con vida.
Estas emociones son como los 4
fantásticos, porque nos salvan una y otra vez, gratis. Y además son 6.
Tristeza acude en nuestra ayuda
cuando afuera sucede una
pérdida. Alguien, o algo con lo que
estábamos acostumbrados a contar, desaparece.
Pérdidas tenemos todos a lo largo de
la vida. Mueren nuestros seres queridos, las parejas se rompen, nos
tenemos que ir a vivir muy lejos o separarnos de nuestros amigos,
familia, un accidente o enfermedad nos impide seguir haciendo nuestra vida
normal, alguien a quien aprecias no te responde desde
hace un mes al teléfono, te dicen la noticia de que no puedes tener
hijos...
Esa es la llamada para que venga la tristeza.
Como buena emoción que es, aplicada
como las demás, se deja sentir en nuestro cuerpo.
Tenemos ganas de llorar, y si nos las
aguantamos notamos un nudo en la garganta.
Nos apetece estar quietos, sin hablar, sin hacer mucha actividad, estar solos o que nos abracen...
Aquí es donde solemos interrumpir a la
Tristeza para que no haga su trabajo.
Para no sentir la tristeza nos lanzamos al lado opuesto,sonreímos para disimular, hablamos mucho, nos movernos, contenemos las lágrimas...
Evitamos pensar en el hecho que
nos pone tristes, y para conseguirlo nos ponemos a “hacer cosas”
como limpiar, hacer deporte, beber alcohol, comer helado (malditas
pelis yanquis), salir con amigos como si estuviéramos bien, jugar a
la consola, ver series o películas sin parar...
Y así, como podemos, barremos a la
tristeza debajo de la alfombra. Pero a la mínima, como buena emoción
que es, ella querrá salir y mostrarse, porque tiene una misión importante.
Ella lo único que quiere es:
- que nos quedemos quietos un
rato, solos o con alguien que nos acoja, para que podamos
hacer el duelo de lo que hemos perdido. Cuanto más grande es una
pérdida, más largo es el duelo. Es decir, no es lo mismo estar
triste porque no quedan palomitas en la despensa, que estar triste
porque alguien ha fallecido. Pero todo es tristeza.
Y es que las emociones tienen grados,
niveles, hay tristezas enormes, que casi no te dejan moverte, y
tristezas ligeras, incluso un poco placenteras (la nostalgia de
recordar la infancia...)
¿Vamos resumiendo?
La tristeza nos ayuda a asimilar lo que
ha pasado, la pérdida. Y por eso necesitamos estar un poco quietos,
para ser conscientes, y llorar, expresar el dolor, que es algo que nos deja muy
relajaditos.
Tristeza nos ayuda a conservar
energía, recuperarnos del golpe y situarnos en el ahora, en lo que
ha quedado.
Y ahora la práctica:
Quizá no sea necesario que nos
enamoremos de nuestra tristeza, como hicieron los poetas románticos,
pero sí que le demos el lugar que se merece, al mismo nivel que al
resto de emociones. Sin miedo a que nos “coma”.
Espero haberos aportado algo útil, ya
me contaréis, y si creéis que le puede servir a alguien, gracias
por compartirlo.